lunes, 1 de agosto de 2011

Salvados por la tinaja (Deshojando la vida del campo)

Por: Piedad Rivera de Badoino

La naturaleza sabia y generosa de todos los tiempos, alimenta remembranzas que no podré olvidar, porque calaron hondo en mi infancia inocente que me hiciera muy feliz.

Un cielo siempre azul, con rutilantes estrellas que encantadas giran a la luz de la luna y escondida por el sol acariciante que jamás dejó de brillar y reinar en ésta, mi Moquegua idolatrada.


Recuerdo esos árboles silvestres y frutales dueños de su destino, protectores cariñosos de esa “chacrita” dulce y soñadora que era mi hogar…añoro mi casita que en medio de flores y verduras eran un Edén y hoy como relucientes tambores retumban en mi soledad y a través de ellos ansío el recuerdo de esa imagen querida que algún día se fue.

En un amanecer de un día cualquiera, pasan lindas nubes de curiosas formas…los montes cercanos despliegan su verdor con la primera luz… el aire se torna con un vaho húmedo y caliente, y de la tierra brota un sabor dulzón …las aves y pájaros un poco alterados y juguetones por nuestro madrugador paso…y el ruido del agua que cantarinamente discurre por las nativas acequias subyuga y estremece.



Parece que este moderno siglo de grandes avances, alguna ausencia inmensa sacude aquello que hoy es remembranza y que es sustento de un pasado glorioso pero presente en un futuro halagador.

Que admirable sabiduría poseían nuestros antiguos chacareros, hoy agricultores; pues en sus haciendas y chacras con huertos matizados con toda clase de frutales, cuidados con esmero y dispuestos en un sorprendente orden, para no descuidar que sus frutos sean cosechados cuando nuestro organismo los necesitaba…no era ni la técnica ni la ciencia, era ese inmenso amor por sus tierras y ella devolvía con creces su verdadero premio a la vida, a la salud, al bienestar…

Como no añorar la existencia de gallineros que albergaban a finas gallinas ponedoras de finas razas traídas del extranjero y cuidadas esmeradamente…toda una gama de aves que eran un encanto a los ojos y al corazón (crianza por un tío especialista).

Extrañar las vacaciones de antaño, que en noviembre ya se avizoraban, porque los grandes y frondosos “Moros” repletos de azabaches frutos, eran nuestra delicia y deleite que cautivaban e incentivaban a inventadas jugarretas (sacudidas, subidas al árbol y golpes).

Y en uso de merecidas vacaciones escolares, se tornaban las higueras con repletos frutos (higos) y llegado el 8 de diciembre saborear las escondidas “brevas”. Mi padre nos premiaba para ir toda la familia y a la luz de la luna recoger los higos maduritos blancos y rojos colgados en sus ramas y en la “bajerita”, así como también muy de madrugada recolectar las tunas blancas, porque con el sol nos “saltaban los quepos”.

Mi pluma no se detendría en narrar, pero dejo la evocación de verdaderos moqueguanos soñar y recordar nuestra Benemérita Ciudad de antaño.

La naturaleza muchas veces nos premia, pero otras también nos castiga: terremotos, inundaciones, abundantes lluvias, aluviones, que causaron daños y zozobras, crecidas de los ríos y entradas de todas las quebradas colindantes. Este es el caso que me anima a denominar este relato: “Salvados por la tinaja”.

Nuestros indígenas, grandes conocedores y expertos artesanos, usaron pequeñas vasijas para recepcionar el agua; al llegar los españoles, éstas no les bastaban para almacenar líquidos (agua, vino, aceite), obligando a los nativos a señalarles los “lugares donde extraían la arcilla que mezclada con barro gredoso y agua, les proporcionaba una pasta que se colocaba en el molde del tinajón, para una vez seco, fueran sometidos a cocción en hornos especiales que fueron levantando en diferentes haciendas, donde los hispanos se afincaron”(datos de + L.E. Kuon Cabello).

El valle de Moquegua quedo inundado por estos tinajones desde 1540 y en 1587 con el inicio de producción de vinos y aguardientes, fueron usadas en todas las bodegas y haciendas, enterradas hasta el cuello. Gran tristeza me embarga por la suerte de estos ceramios: unas fueron destruidas por los constantes terremotos y otras saqueadas y enviadas a diferentes partes del país. Sin embargo ello no privó de seguir usando las tinajitas para hacer madurar la chicha de jora, que hasta hoy se utiliza en algunos lugares, junto con las destiladeras de piedra artesanales para purificar el agua y conservarla bien helada.

En mi hermosa chacra “La Orapía”, teníamos una grande y hermosa tinaja que servía para el almacenamiento de granos (maíz ó trigo) y a pesar de mi corta edad (8 ó 9 años) marcó una gran vivencia el guarnecernos en una tinaja mi madre, mis tres hermanas (una de pecho) y Yo. Mi querido padre Mariano Rivera Zeballos, gran agricultor por excelencia, acompañado de su fiel peón, tuvo la brillante idea de usar esta tinaja para salvar a la familia de ese gran diluvio, colocaron la mesa del comedor en el cuello de la vasija que sirvió como resguardo. Acondicionaron colchones y frazadas y una a una nos fueron instalando. Allí permanecimos hasta terminar la noche y esperar el cese de la tormentosa lluvia cobijados en esta salvadora tinaja.

¿No es acaso hermoso tener padres amorosos que lo dan todo por sus hijos?

Y concluyo este familiar relato recordando a “Mateo Cap. 7-24-26: “Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos…. Pero la casa no se cayó…. Porque estaba cimentada sobre una roca…”

Noviembre 20 del 2009.

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