martes, 7 de octubre de 2025

Mis tías Mery y Julia


Mery y Julia: dos formas de iluminar la vida

En cada familia hay personas que dejan huellas imposibles de borrar. En la mía, esas huellas tienen los nombres de Mery y Julia, mis queridas tías, dos mujeres muy diferentes, pero unidas por la misma calidez y amor.

Mery era el alma de las reuniones. Siempre presente, siempre alegre, con una energía que llenaba cualquier espacio. Cantaba con tanta emoción que a veces hacía llorar a quienes la escuchaban. Tenía una voz que tocaba el corazón y una presencia imposible de ignorar.
Era extrovertida, conocida en muchas instituciones de Moquegua, querida por su alegría y respeto, aunque también con un carácter fuerte cuando algo no le parecía. En ella, la vida se expresaba sin filtros, con pasión y autenticidad.


Julia, en cambio, era silencio y ternura. De voz suave y mirada atenta, encontraba su refugio en la fe. Muy apegada a la iglesia, tenía el don de la creación: sus manos transformaban telas en arreglos hermosos y su paciencia se notaba en cada puntada. Era también una gran repostera, maestra de los sabores típicos de Moquegua, y mantenía todo en un orden que hablaba de su delicadeza y disciplina.

Ambas compartían el amor por la cocina —esa cocina que era el corazón de cada encuentro familiar. En sus ollas y recetas vivía el cariño que no siempre se decía, pero que siempre se sentía.

Mery y Julia, tan distintas y tan complementarias, enseñaron a todos que la vida se vive de muchas formas: con la voz y el silencio, con el canto y la oración, con la energía y la calma.

Hoy las recuerdo con gratitud. Porque cada una, a su manera, dejó un ejemplo que sigue brillando en quienes tuvimos la suerte de conocer.



No hay comentarios:

Publicar un comentario